¿Qué llena una olla feminista?
¿Qué cocemos en las plazas de nuestros barrios, en nuestras casas, al costado de las rutas, en las entrañas de nuestras organizaciones? ¿Quiénes se sientan a nuestra mesa?
Aquí nosotras, feministas, mujeres de los barrios, trabajadoras, docentes, mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales, no binaries, campesinas, migrantes, afroargentinas y afrodescendientes, indígenas nos conjuramos contra el neoliberalismo de las empresarias del W20. Desafiamos la meritocracia y la idea de desarrollo del G20. Repudiamos su idea de inclusión a un mercado laboral a merced de las empresas transnacionales, la acumulación del capital y el poder financiero.
Decimos NO.
No toleramos la militarización de nuestros territorios, los ensayos, adoctrinamientos y entrenamientos conjuntos de las fuerzas militares latinoamericanas bajo la dirección norteamericana y de las potencias hegemónicas del G20, la instalación de bases militares yanquis en nuestros territorios, la cooperación en inteligencia, intercambio y acumulación de datos cibernéticos para el control de nuestras sociedades y garantizar con la violencia estructural sus ganancias.
No aceptamos la criminalización de la pobreza, de la protesta, y el asesinato de defensorxs territoriales y luchadorxs con que pretenden amedrentarnos, para domesticar nuestras rebeldías.
No son nuestros pueblos, ni somos nosotras las que requerimos sus préstamos y sus créditos. Son los gobiernos lacayos. No estamos dispuestas a vivir endeudadas y cansadas, toda la vida de prestado, presas de alquileres usurarios, rentando tierras ajenas, habitando cuartos inciertos y casas precarias, corriendo atrás del sueño inalcanzable de convertirnos, alguna vez en la vida, “con perseverancia y esfuerzo individual”, en emprendedoras trascendentes, subiendo escalafones, enajenándonos, pisoteándonos, perdiendo nuestras raíces y a nuestras hermanas en el camino.
Aquí nosotras, con la memoria larga de nuestros pueblos indígenas, pueblos originarios, ancestras negras y afrodescendientes, con la radicalidad trava furiosa y hermanada, sabemos que nadie se salva sola, que su idea de progreso no nos encuentra, y su inclusión a este sistema mediante migajas, tampoco. Sabemos que nuestro poder es alzarnos a viva voz y de cuerpo deseante, haciendo camino al andar colectivo, acumulando fuerza como movimiento feminista contra el heteropatriarcado, contra el racismo, contra la recolonización de nuestros territorios, nuestros cuerpos y nuestros saberes.
Porque ahora es cuándo.
Hemos resistido los genocidios de los pueblos indígenas, los tránsitos forzados de pueblos esclavizados a nuestro continente, las olas represivas a la clase trabajadora organizada, la persecución y criminalización de la migración, los femicidios y los crímenes de odio a lesbianas, trans, travestis y otras identidades disidentes. Hemos resistido las múltiples violencias contra las mujeres y las personas LGTBIQ en las casas, en los lugares de trabajo, estudio y en las calles. Hemos resistido la dictadura cívico-militar, la larga noche neoliberal de los años noventa. Hemos aprendido en nuestras resistencias que no estamos solxs, que juntxs somos poderosxs, que solamente la acción colectiva nos libera.
Innumerables veces nos hemos reunido alrededor de una olla popular, en una huerta comunitaria, en un comedor comunitario, para paliar el hambre de nuestras familias, cuando ya no había forma de sostener el hogar cuando cada una en su casa ya no veía horizonte.
Supimos que entre todas aún era posible llenar una olla y garantizar una comida, que era posible conseguir alimento.
Encontrarnos, entonces, era un desafío a la racionalización capitalista, era rebelarnos contra el lugar de fuerza de trabajo sobrante que nos había asignado el sistema. Era encontrarnos en las ollas de los puentes y cortes de ruta de los movimientos piqueteros. No les creímos el “sálvese quien pueda”. Sembramos esperanza, nos reconocimos en la otra, empezamos a entretejer pareceres, nos acompañarnos en la adversidad, pensamos nuestros grandes y pequeños problemas juntas.
Allí, en las ollas populares, en los cortes de ruta, en las asambleas, en los espacios de formación feminista buscamos respuestas a las violencias cotidianas que vivimos, tomamos fuerza, elaboramos estrategias colectivas de sobrevivencia, practicamos la escucha y nos alimentamos como podemos, a nosotras y a nuestrxs hijxs.
Aquí nosotras, cocineras y brujas, construimos autonomía.
Nos hartamos de que nos digan de qué manera vivir, cómo pensar, cómo hacer las cosas, a quiénes y cómo amar, incluso cómo luchar. Queremos en el mundo el lugar que nos corresponde. Exigimos nuestro a derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestro estar en el mundo. Porque nuestros deseos no caben en sus urnas electorales, ni en los cajones de los burócratas, ni en las perchas de sus closets.
Porque a la iglesia católica apostólica romana, a las iglesias evangélicas y a todos los dogmas que intentan controlarnos y doblegarnos con su moral patriarcal horrenda, sus lógicas capitalistas y su proceder colonial, les decimos que se nos da la gana ser libres, mujeres, travestis y lesbianas…
Nosotras, guerreras, locas y rabiosas, hacemos revoluciones, trancamos el paso violento de quienes mandan, condimentamos con furia nuestras luchas y, cocinamos en las ollas plebeyas, con trabajo real, pasado y presente, con la memoria larga de nuestras ancestras, el aquí y ahora del mundo que nos hace falta.
Porque como ya lo decían nuestras compañeras anarquistas a fines del siglo XIX: “Hastiadas ya de tanto y tanto llanto y miseria, hastiadas del eterno y desconsolador cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados hijos, hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida!”
Foro Feminista Contra el G20
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